martes, 1 de enero de 2019
CAPITULO 20
Una hora antes de que Paula debiese presentarse en Alfonso Hall, Pedro fue a buscar a su tío, que llevaba toda la tarde evitándolo.
Lo encontró en la biblioteca, con uno de los álbumes de fotografías abierto en el regazo.
—Hola, Pedro, he encontrado unas cuantas fotografías que deberían ser de utilidad para la señorita Chaves. Las he puesto en aquel escritorio.
—Me alegro por ti. Y por ella. ¿Por qué no me lo habías contado? —preguntó Pedro apoyándose en el escritorio.
Tío Eduardo se sentó en una de las mecedoras.
—No lo sé, Pedro. ¿Por qué no te había contado el qué? Hay tantas posibilidades que barajar.
Pedro se frotó la frente, le dolía la cabeza.
—He leído el informe.
—¿Ya lo has leído? —comentó el tío Eduardo cerrando el álbum—. Un poco tarde, pero mejor tarde que nunca, supongo. ¿Vamos a tener una discusión general, o va a tratar de algo en concreto acerca del informe de la señorita Chaves?
—Tal vez tengas el aspecto de un anciano alegre y proverbial, pero en realidad, eres de lo que no hay. La has elegido a propósito, ¿verdad?
—¿A propósito? ¿En qué aspecto, por qué motivo? Continúa. Estoy seguro de que has formulado una teoría muy interesante. ¿Por qué no la amplías para que pueda entenderla?
Pedro apretó la mandíbula un momento, y luego se rindió. No vencería a su tío. Nadie lo hacía ni lo había hecho nunca.
—Bruno es muy meticuloso, tío. A todo le pone fecha. Empezó a hacer ese informe hace dos años, y ha ido poniéndolo al día desde entonces.
—Yo también soy muy meticuloso —sugirió tío Eduardo sonriéndole.
—Yo diría más bien que eres un zorro. Luego he comprobado el resto de los archivos de los otros afortunados. Sus informes datan de un mes antes de que me pidieses que les enviase los regalos, el dinero, o lo que fuese.
—No creo que haya nada malo en ello. A veces, me cuesta más decidirme con algunas personas. Sírvete una copa, Pedro, y siéntate. Dime qué es lo que te preocupa.
Pedro decidió que tal vez no fuese tan mala idea.
Se sirvió dos dedos de whisky y volvió a apoyarse en el escritorio.
—La escogiste a ella.
—Te estás repitiendo.
—La escogiste… para mí.
La sonrisa del tío Eduardo fue creciendo poco a poco.
—Ah, muy bien, Pedro. Con toda sinceridad, estaba empezando a preocuparme por tus problemas de deducción.
Pedro señaló al otro hombre con su copa.
—Gracias, viejo maquinador, pero todavía no he terminado. Hay más. Es de aquí, así que podías hacer que Bruno la siguiese hasta estar seguro de la elección. Y, dado que vive aquí, hasta parecía lógico que fuese yo a entregarle la carta.
—Sí, quería que os conocieseis. Me preocupaba que fuese demasiado obvio, pero no te diste cuenta, ¿verdad? Creo que estabas demasiado enfadado conmigo por haberte cargado con mi proyecto, que detestas, y demasiado cautivado por mi señorita Chaves.
—Tu señorita Chaves. Así que lo admites —Pedro sacudió la cabeza—. Dios mío, ¿cómo he podido ser tan estúpido? Has estado manipulándonos a los dos desde el principio, ¿verdad?
—En realidad, no, Pedro. Sólo la encontré e ideé un modo de que os conocieseis. Lo que pasó después fue, y sigue siendo, fruto de azar. No sé si te das cuenta de que el problema era que, tomando en consideración el curso normal de tu vida social y la facilidad con la que cambias de mujer, vuestros caminos jamás se habrían cruzado.
—¿Y qué habrías hecho si después de conocerla, le hubiese dado la carta y me hubiese marchado sin más?
—Eso fue lo que hiciste, Pedro, durante unos días. Tengo que admitir que estuve a punto de pasar al plan B y contratarla para que decorase Alfonso Hall, pero al final cediste y volviste a por ella. Celebrar la cena anual aquí también fue idea tuya y ahora parece que es una pequeña venganza por mi intervención. Por favor, considérame castigado.
—No creo que estés castigado.
—Es cierto. La verdad es que estoy bastante contento, sobre todo, después de haber conocido y hablado con la señorita Chaves. Es encantadora.
—Y casi tan complicada como tú, aunque te resulte difícil creerlo —lo interrumpió Pedro, recordando la pequeña trifulca que había tenido con ella un rato antes—. Es posible que dentro de poco hasta sea más lista que yo.
—¿Eso crees? En ese caso, todavía es mejor partido de lo que yo pensaba. No quería mencionarlo, pero dado que he dicho que iba a ser sincero, te diré que mientras jugaba contigo, tú estabas tan contento pensando que eras tú quien jugaba conmigo. ¿Querías utilizar mi proyecto para acercarte a la señorita Chaves y, al mismo tiempo, sacarme de mi retiro? Supongo que pensaste que matarías dos pájaros de un tiro. Ninguno de los dos está libre de pecado en esto, Pedro. Sin duda, eres mi sobrino.
Pedro miró a su tío con el ceño fruncido.
—Se me acaba de ocurrir algo más. ¿Dónde está Bruno?
—¿Bruno? ¿Quieres decir que adónde ha ido después de traerme la fotografía en la que estás en el callejón, cubierto de nieve artificial? Está en Hawai. Digamos que… su vuelo se retrasó, de manera inesperada, varios días.
—Hasta que yo entré en razón y volví a por Paula, y terminé poniendo en práctica sin querer tu plan B. Pero si discutiste conmigo acerca de la idea de decorar la mansión y celebrar la cena aquí. Si hasta parecías asustado.
—Sí, soy muy bueno, ¿verdad? Y tú también lo eres, Pedro. Diriges muy bien todas nuestras empresas, pero todavía tengo algunos trucos que no has visto nunca antes.
Pedro terminó su copa.
—Como el de hacerme pensar que estabas enfermo.
—Eso fue un golpe bajo, tengo que disculparme. Pero te hizo despertar, ¿verdad? La vida sigue, lo quieras o no. Algún día ya no estaré aquí, Pedro. Te quiero, y quiero que me dé tiempo a disfrutar viéndote feliz.
—Y a disfrutar de Pedro Eduardo Alfonso VI —comentó Pedro—. Con eso sí que me diste un buen susto. Y es evidente que hablabas en serio, si no, no habrías decidido abrir Alfonso Hall después de tantos años.
—Yo también sé escuchar, Pedro, además de dar consejos. Sé que ya es hora. Maria estaría enfadada si supiese que he estado tan apartado de la vida que me da miedo volver a salir. Tal vez incluso me hubiese llamado cobarde. Ella era la mujer más valiente que he conocido. Paula Chaves es la mujer adecuada para los dos, Pedro, en muchos aspectos. Y además, te gusta, ¿verdad?
Pedro levantó la mirada hacia el retrato de sus padres.
—Le regaló la camioneta a un orfanato. Lark Summit.
—Sí, es cierto —asintió tío Eduardo en voz baja, como si supiese que se estaban adentrando en terreno pantanoso.
—He visto el recorte de periódico acerca de la niña del orfanato a la que le están dando quimioterapia. Paula lleva el pelo así de corto porque donó su pelo hace dos meses para que le hiciesen una peluca.
—Eso no deja muchas dudas acerca de su gran corazón, su dedicación y su carácter, lo sé. ¿Has leído todo el informe?
Pedro fijó la mirada en el fondo de la copa vacía, se sentía incómodo después de haber leído el informe hasta el final.
—Creció en Lark Summit. De padres desconocidos, no fue adoptada. Estuvo en dos familias de acogida, pero no funcionó. Hace muchas preguntas acerca de la familia. Me ha dicho que es algo muy importante. Y yo me he reído de ella, hasta he cometido la necedad de comentar que había tenido una niñez muy triste, al no haber aprendido a hacer aviones de papel. Ese comentario debió de dolerle, aunque no lo demostró. Y nunca me ha hablado de su regalo, ni de lo que ha hecho con él.
Levantó la cabeza y miró a su tío.
—Soy un verdadero idiota, tío Eduardo. Sé que no tengo perdón. He intentado tratarla como trato a otras mujeres.
—Intercambiables. Prescindibles. Prácticas.
Pedro levantó una mano y sonrió con ironía.
—Es suficiente. Gracias por hacerme una lista. Tienes razón. Mi pregunta es: si soy tan malo, ¿por qué has querido que conozca a Paula?
—Lo más importante, en la vida, en los negocios, es el momento en que se hacen las cosas. Cuando tuve noticias de la señorita Chaves y de su devoción por Lark Summit por primera vez, no estabas preparado para tener a alguien así en tu vida. Pero el año pasado me dio la sensación de que estabas inquieto, de que estabas empezando a darte cuenta de que tu vida no era tan perfecta como tú creías, como pensabas cuando tenías veinte años, o incluso cuando cumpliste los treinta. Si te soy sincero, mantuve a la joven en la reserva, hasta que pensé que estabas preparado.
—Es gracioso, no me di cuenta de que me habías puesto cuerdas —dijo Pedro—. Aunque eso no significa que no haya sido tu marioneta.
—Estás enfadado —afirmó el tío Eduardo poniéndose en pie—. Y tienes todo el derecho del mundo a estarlo, hijo. Lo sentiría si no pensase que he hecho lo adecuado. ¿Vas a volver a ver a la señorita Chaves esta noche? Y, según la señora Clarkson, ¿va a venir aquí?
Pedro asintió, todavía no se sentía capaz de hablar, todavía no. La ira podía hacerle decir algo de lo que luego podía arrepentirse.
—Bien. Tengo una noticia, no sé si oportuna o inoportuna para ti. Necesito que te vayas a Singapur mañana por la mañana. Volverás a tiempo para la fiesta, si trabajas mucho.
Pedro se bloqueó.
—¿A Singapur? No estamos haciendo nada en Singapur.
—No digas eso hasta que no hayas leído el informe que la señora Clarkson te ha dejado arriba. Va a salir a subasta Industrias Chang y quiero estar ahí antes de que se haga público. O, todavía mejor, hacerles una oferta antes de que se sepa que la empresa está en venta. Hace mucho tiempo que andamos detrás de Chang, Pedro, y ésta es nuestra oportunidad. Podría buscar a otra persona para que fuese en tu lugar, pero creo que, en estos momentos, puede ser buena idea poner algo de distancia entre la señorita Chaves y tú. Al fin y al cabo, ella también va a estar muy ocupada durante las dos próximas semanas. Y yo estaré aquí para cuidarla.
—Ya. Tengo que contarte otra cosa. Piensa que eres uno de los jardineros.
De repente, fue como si su tío hubiese rejuvenecido diez años, sonrió de oreja a oreja, le brillaban los ojos.
—La señorita Chaves va a llevarse más de una sorpresa el día de Nochebuena, ¿verdad, Pedro? Estoy deseando que llegue esa noche —luego, se puso serio—. Intenta no estropearlo, Pedro. Tienes esta noche y luego dos semanas para preguntarte qué ha estado postergando tu felicidad de verdad. Confío en que, después de unos días solo, reflexionando, sabrás lo que tienes que hacer para conseguir esa felicidad.
—La ausencia es al amor lo que al fuego el aire, ¿verdad?
Tío Eduardo se encogió de hombros.
—También hay otro refrán que dice: ojos que no ven, corazón que no siente. Da igual lo que pase o deje de pasar entre la señorita Chaves y tú, lo importante es que creo que vas a empezar a entender por qué es como es Pedro Alfonso.
—Con las mujeres… digamos que sé cómo son, lo que son. Cuando las tengo delante, sé lo que quieren, lo que buscan. Y también con los hombres, ya se trate de negocios o en mi vida social. Pero no me gusta, no, no quería decir eso… No me siento cómodo rodeado de personas buenas. No me fío de ellas.
—Sí, hijo, ya lo sé. ¿Te has preguntado alguna vez por qué?
CAPITULO 19
Ansiosa por alejarse de Alfonso Hall y de su dueño, Paula condujo hacia Holidays by Chaves casi con el piloto automático puesto.
Si hubiese bebido algo, habría podido decir que estaba borracha. ¿Qué otra cosa podía explicar su manera de comportarse cuando tenía cerca a Pedro a menos de tres metros de distancia?
Cuando se acercaba a menos de metro y medio, se convertía en una persona a la que le costaba reconocer. Y cuando se aproximaba todavía más, la mujer sensata, razonablemente inteligente, modesta, recta y un poco nerviosa que era, desaparecía por completo.
Tenía que tomarse un respiro, recordar quién era ella y quién era él.
Tal vez después de esa noche…
Entró corriendo en su tienda, con la mente todavía en cualquier sitio menos en el trabajo, y vio a Susana envuelta en una enorme guirnalda.
—Espera, déjame que te ayude, por favor —le dijo agarrando un extremo de la guirnalda que estaba hecha de verde artificial y decorada con lobelias escarlata y bolas rojas—. ¿Para qué es esto, por cierto?
—Tenía la esperanza de que tú lo supieses. No lo ponía en la caja. Lo único que sé es que la ha enviado Clara y que es urgente.
Paula frunció el ceño.
—Ah, espera, ya me acuerdo. Es para decorar la escalera de los Henderson. ¿Te acuerdas, Susana? Primero quisieron palomas blancas, pero luego a algún pesado se le ocurrió que las palomas blancas daban mala suerte dentro de casa, o algo así. La fiesta para los empleados de su marido es este sábado por la noche, así que menos mal que ha llegado esto. Si no, me habría tocado a mí ir en busca de las lobelias escarlata para cambiarlas por las palomas de la primera guirnalda. ¿Puede ir alguien a llevarla o quieres que lo haga yo? No me importa ir. Trixie Henderson habla por los codos, te volvería loca.
—No te preocupes, puede ocuparse Paul, él tampoco calla ni debajo del agua, así que harán buenas migas —dijo Susana después de volver a meter la guirnalda en su caja—. ¿Qué tal por la mansión? Tengo que decirte que por aquí nos hemos estado divirtiendo de lo lindo.
Paula fue hacia la trastienda, donde estaba la máquina de café. Susana preparaba un café buenísimo, y Paula había decidido que necesitaba despejarse antes de volver a ver a Pedro.
—¿Tienes que contármelo? ¿No sería más feliz si siguiese en la ignorancia?
—No, no te vas a escapar con tanta facilidad. Si yo he tenido que sufrir, tú también vas a tener que hacerlo. Me han llamado por teléfono a las tres de la madrugada porque mi número está en la lista de emergencias después del tuyo y, al parecer, tú no estabas localizable. Supongo que anoche alguien tuvo éxito…
Paula se volvió hacia la cafetera, fingiendo terminarse la taza. Sabía muy bien dónde había estado a las tres de la madrugada, con quién, y lo que había ocurrido.
—¿A las tres de la madrugada? ¿De verdad? Debía de estar tan profundamente dormida que no oí el teléfono. Lo siento muchísimo, Susana. ¿Qué pasaba? Veo que el edificio sigue en pie, así que es evidente que no era un incendio. Aunque —miró a su alrededor—, sería difícil decir si nos han robado algo o no.
—Muy graciosa, pero si quieres ver desorden, ven a mi casa. Estaré preparada para las Navidades, más o menos para febrero. De todos modos, aquí no ha pasado nada —le hizo un gesto para que se apartase de la cafetera y pudiese servirse ella—. Donde sí ha pasado algo ha sido en el centro comercial. ¿Te acuerdas de los doce días de la Navidad?
—Me acuerdo —dijo Paula—. Seguro que ha pasado como con el pavo, que se ha caído algo y ha herido a alguien. ¿A las tres de la madrugada?
—No, no es eso, pero gracias por seguirme el juego. ¿No quieres intentarlo otra vez? No, mejor no. Nunca lo adivinarías. Te aseguro que los guardias de seguridad nocturnos, o como se llamen, van a tener que dar explicaciones de dónde estaban.
Paula se sentó en un taburete, frente a la mesa de trabajo.
—¿Qué pasó?
Susana sonrió.
—¿Te acuerdas de que había ocho maniquíes de doncellas ordeñando? Pues seguían ordeñando, pero no las vacas. Digamos que diez señores saltarines habían perdido los pantalones, y sonreían de oreja a oreja. Dos de los maniquíes femeninos eran ambidiestros, por si no te salen las cuentas. Por suerte, los maniquíes no son anatómicamente correctos, pero cualquiera con un poco de imaginación sería capaz de atar cabos.
Paula se hizo una imagen mental de lo que había ocurrido.
—Dios mío…
—Veo que lo has entendido. Aparte de eso, habían cambiado otras cosas: habían intentado cruzar a las ocas con las gallinas y los cisnes, aunque será mejor que no te dé detalles. Y dos de los gaiteros tocando la gaita también estaban en una situación muy comprometida, pero relájate, ya está todo arreglado, antes de que abriesen las puertas ya estaban los maniquíes en su sitio. Supongo que ha sido una prueba de iniciación a alguna fraternidad, o algo parecido. Estaba demasiado bien hecho para haber sido los chicos del instituto.
—Tenía que haber estado allí —comentó Paula, que se sentía culpable—. No debí aceptar el trabajo que me ofreció Pedro, por muy estupendo que fuese. Ya estábamos demasiado ocupados.
—Ah, por cierto, acerca del trabajo de Alfonso.
Paula cerró los ojos un momento.
—¿Más malas noticias?
—Eso depende de lo que tú consideres malas noticias. Según tu agenda, la he consultado, terminarás el trabajo el día veintitrés, a tiempo para que tu guapo cliente celebre su cena de Nochebuena, ¿verdad?
—Verdad —confirmó Paula con cautela—. Todavía no había visto la casa, así que improvisé sobre la marcha cuando preparé el plan de trabajo ayer por la tarde. Necesitaría un par de días más, pero ése es mi objetivo.
Terminar en diez días, aunque lo más probable es que tenga que trabajar también los domingos.
—Bueno, pues no lo mires ahora, pero tu objetivo ha cambiado. Debí decírtelo inmediatamente, pero imaginé que la anécdota del centro comercial te haría reír, y te relajaría, antes de que te dejases llevar por el pánico.
—Crees conocerme muy bien —bromeó Paula.
—Lo siento. No debí haber esperado. Han llamado hace dos horas de tu periódico favorito de Filadelfia. Quieren incluir un reportaje completo de Alfonso Hall el día veintiuno. Con una entrevista a la diseñadora. Tuve que colgarles para hablar con la televisión, que quiere también una entrevista para el mismo día. Y hace veinte minutos han vuelto a llamar, esta vez de… ¡tachan! —Susana levantó una copia de la revista femenina más importante del país.
Paula sintió que se le salían los ojos de las órbitas.
—No juegues conmigo, Susana. No tiene ninguna gracia.
—¿Acaso me estoy riendo? Ya estoy planeando cuándo pedirte que me subas el sueldo, Paula, porque estamos despegando. La revista puede esperar hasta el veintitrés, ya que el artículo no saldrá hasta el próximo octubre, a tiempo para las Navidades del año que viene. Van con mucho adelanto, como comprenderás. Me ha dado toda la información mi nueva amiga, Mandy, la redactara jefe.
Paula se quedó inmóvil durante un minuto entero, dándole vueltas a la cabeza. Luego, se puso en pie.
—Hazme un resumen completo de todos los proyectos que tenemos en marcha. Supongo que no puede quedar mucho por hacer en ninguno, ya sea público o privado, y una estimación del mantenimiento que van a necesitar de aquí a Navidades. Hay que regar las plantas naturales y asegurarse de que no se cae nada, de que el viento no se lleva ningún adorno, de que ningún perro se lo come ni ningún niño lo estropea de un balonazo, y esas cosas. Lo habitual. Echa un vistazo a los archivos del año pasado. Te darán una buena idea de todo.
—Espera un momento. Frena —le ordenó Susana, agarrando papel y bolígrafo y escribiendo a toda prisa durante unos segundos—. Espera a que le diga a mi hijo que este año vamos a celebrar la Navidad en febrero. Está bien, estoy lista, dispara.
—Hazme otra lista de las personas de las que disponemos, y de cuántas más vamos a necesitar. Espero que ninguna. Llama a Sally Burkhart por teléfono, ya sabes, de la escuela de diseño. Seguro que me presta a algunos de sus estudiantes. De todos modos, pronto estarán de vacaciones. Quiero todo un equipo de chicos fortachones esperándome fuera de Alfonso Hall mañana a las siete de la mañana, y que se lleven un bocadillo para comer, porque van a tener que estar allí metidos todo el día. Hay dos montañas de cosas encima de los garajes, y hay que llevarlo todo a la casa, desempaquetarlo, seleccionarlo, limpiarlo y ponerlo en su sitio en cuanto yo sepa cuál es su sitio.
Hizo una pausa.
—Y encuentra a alguien para que se ocupe de las llamadas de teléfono, porque tú quiero que vengas conmigo. No puedo hacer esto sin ti.
Susana sonrió y se cuadró.
—Sí, señor. Sus deseos son órdenes para mí. Sabía que pasaría esto. Ah, y creo que es el momento adecuado para pedirte que me subas el sueldo.
CAPITULO 18
Paula se había quedado parada a una distancia razonable del sofá, que estaba en medio de la biblioteca.
—Es culpa mía —añadió.
Paula le dio la espalda y rodeó el sofá. Luego se sentó en él y miró a Pedro de manera desafiante al ver que la seguía.
—No podrías estar más equivocado. Me siento muy cómoda en esta habitación —se cruzó de piernas y extendió los brazos sobre el respaldo del sofá—. ¿Lo ves?
Pedro tuvo que admitir que tenía agallas.
Había quitado la fotografía del tío Eduardo del álbum que le había enseñado la noche anterior, y le había dicho que la que faltaba era una que había roto porque salía él con aparato en los dientes. Al mismo tiempo, se había asegurado de que viese aquélla en la que parecía un niño adorable, con sus pantalones cortos y la caña de pescar nueva. Todo lo que había hecho la noche anterior había sido planeado, frío y calculado, y, como decían siempre en la televisión, con premeditación.
En resumen, había jugado con Paula. Era un cretino superficial y manipulador. Y el hecho de haber tardado casi treinta y siete años en darse cuenta no le hacía sentir mejor.
—Anoche, te seduje, Paula —confesó. Tenía la necesidad de ser sincero con ella. No sabía lo que le estaba pasando.
Dejó el álbum de fotografías a un lado y se sentó enfrente de ella encima de la mesita de café, mirándola a los ojos con ecuanimidad.
—Nada de lo que pasó anoche, nada de lo que ha pasado desde que estuvimos en la cafetería y me dijiste que conocías mi reputación, ha sido espontáneo por mi parte. La oferta para que decorases la casa, la cena íntima, el paseo por la casa, la fotografía de un niño encantador con pantalones cortos, todo estaba planeado, Paula, y funcionó tal y como había pensado que funcionaría. Y lo siento.
Paula no se movió. Sus largas piernas siguieron cruzadas, sus brazos extendidos sobre el respaldo del sofá. Su mirada no se separó de la de él; ni siquiera parpadeó.
Las manecillas del reloj marcaron las doce y empezaron a sonar las campanadas. Y durante ese tiempo, no se oyó nada más que el reloj dando las horas.
Al final, Paula habló:
—Debes de pensar que soy la mujer más tonta e ingenua que hayas conocido.
—No, no —la contradijo Pedro enseguida, echándose hacia delante y apoyando los codos en las rodillas—. Hice uso de todos los recursos posibles. Después de lo que me habías dicho. Después de hablarme de tu… tu compañera de habitación.
—Laura —concretó ella con voz fría—. Se llamaba Laura Reed.
Pedro se maldijo en silencio, había vuelto a meter la pata.
—Exacto, Laura Reed, por supuesto —¿acaso Paula no iba a parpadear nunca? Se tocó el puente de la nariz—. ¿Por dónde iba?
—Estabas cavando tu propia tumba. Permíteme que te ayude, ¿de acuerdo? Me estabas diciendo que piensas que soy tan tonta que no me di cuenta de lo que hicimos anoche, o de lo que tú hiciste anoche —dijo con toda tranquilidad—. ¿Le has hecho alguna vez un test de inteligencia a alguna de tus novias, Pedro? Porque me da la sensación de que estoy por encima de la media, Laura incluida. Por supuesto que sabía lo que estabas haciendo. Así que ahora deja de vacilar cual penitente a punto de ponerse de rodillas y quítate de ahí. Quiero levantarme.
Pedro se puso de pie antes de que su cerebro registrase todo lo que Paula acababa de decirle.
—Espera un momento —le pidió, agarrándola del brazo—. Quiero aclarar algo. ¿Te seduje yo a ti, o tú a mí?
Su sonrisa fue como un puñetazo en el estómago.
—Las chicas buenas no responden a ese tipo de preguntas.
—¿No? Pues permíteme que te diga una cosa, Paula. Tal vez parezcas un ángel de vez en cuando, pero me parece que tu excusa de que eres una chica buena no va a funcionar aquí. Ahora, ¿puedes decirme si se trata de algún tipo de concurso o qué es lo que está pasando?
Por primera vez, Paula pareció inquietarse.
—¿Un concurso? No sé de qué estás hablando. Somos… los dos somos adultos. Lo pasamos bien anoche. Eres tú quien le está dando más vueltas de las necesarias al asunto.
—¿Sí? —Pedro levantó una mano y la agarró por la nuca, ladeó la cabeza y atrapó sus labios entreabiertos con la boca—. ¿Te parece todo esto… un encuentro meramente casual? —le preguntó en un susurro.
Ella sonrió.
—Digamos sólo que sabía lo que estaba haciendo.
Él la agarró por la cintura con la mano que tenía libre, la metió por debajo de la chaqueta. Sus labios seguían estando muy cerca.
—En ese caso, listilla, ¿te gustaría hacerlo otra vez? Pero en esta ocasión, podemos fingir que eres tú la que me seduces.
Y, de pronto, Paula se apartó, y él se quedó así, con los ojos cerrados, besando el aire y, con toda probabilidad, con cara de idiota.
—Ahora mismo, no, gracias —contestó ella desde la chimenea—. Háblame más de tu padre. Te pareces mucho a él.
De pronto, Pedro se sintió como un torpe aficionado. Y eso que había pensado que dominaba la situación. Paula Chaves le hacía parecer un adolescente en su primera cita, con una prima a la que hubiese llamado su madre, ya que él no había sido capaz de pedirle a ninguna chica que lo acompañase al baile de fin de curso.
—Por supuesto. ¿Qué quieres saber?
—Bueno… me has dicho que murió hace unos años y que tu madre vive en Florida. Debe de haber algo más.
—Sí —contestó él acercándose también a la chimenea, los dos miraron el retrato de sus padres—. ¿Por qué quieres saber más?
—¿Por curiosidad? —contestó ella encogiéndose de hombros—. Me interesa el tema familias. Eso es todo.
—Mientras que besarme no te interesa.
—Ahora mismo, no —respondió divertida y luego, le dio una palmadita en la mejilla.
—Mi padre era profesor —dijo Pedro por fin—. Bueno, no era un profesor convencional. Era ingeniero y viajaba mucho, enseñaba a la gente a cuidar de sí misma, a hacer pozos, limpiar los depósitos de agua, evitar los alimentos contaminados. Le gustaba ser ingeniero, pero le encantaba ayudar a la gente, no sólo dando dinero, sino entregándose a sí mismo. Y con el respaldo del dinero de la familia, podía permitírselo.
Paula se acercó a él y apoyó la cabeza en su hombro.
—Eso es muy bonito, Pedro. ¿Viajabais tu madre y tú con él alguna vez?
—Yo no. Sólo mi madre. Muchos de los lugares a los que iba eran considerados demasiado primitivos y peligrosos para un niño. Además, tenía que ir al colegio, así que no podía acompañarlos. Me quedaba aquí.
Paula levantó la cabeza para mirarlo, tenía los ojos muy abiertos.
—¿Tú solo en esta casa tan grande? ¿Tenías una niñera o algo así? ¿O te metieron en un internado? Vaya, lo siento. No tienes que responder a eso si no quieres.
—¿Por qué? Yo estaba bien. Pasaban semanas enteras en casa antes de volver a marcharse, y no me dejaban solo. Luego, sí, cuando fui lo suficientemente mayor, me mandaron a un internado. Y la verdad es que me gustaba.
Pensó que se lo tenía que contar todo. La agarró de la mano y la condujo hasta el sofá, se sentaron, pero no le soltó la mano.
—Cuando papá se puso enfermo, volvieron a casa. Tenía a los mejores médicos a su disposición, pero había contraído una enfermedad exótica en alguna parte y, cuando quisieron averiguar lo que era, ya era demasiado tarde. No pudo vencerla. Y ésa es la historia de mi padre.
—Es una historia triste, Pedro —comentó ella apretándole la mano—, y bonita al mismo tiempo. Es evidente que tu padre estaba entregado a lo que hacía. Debiste de quedarte deshecho cuando lo perdiste.
—Sí —admitió él mirando el retrato de nuevo.
Tal vez fuese aquél el motivo por el que evitaba entrar en aquella habitación, porque además de quedarse deshecho con la pérdida de su padre, también se había sentido furioso con él. Cuando él se convirtió en hombre, cuando fue capaz de estar al mismo nivel de su padre, éste ya se había ido, y su madre era como si tampoco estuviese. Siempre había sido una pareja que se complementaba de manera estupenda, eran personas buenas con una misión en su vida, y Pedro nunca había encajado demasiado en aquella mezcla.
Pero todo había salido bien. Tío Eduardo y tía Maria lo habían tratado como al hijo que nunca habían tenido. Y había sido tan hijo suyo como de sus padres. Tal vez incluso más.
—¿Sabes una cosa, Pedro? Me gustas, me gustaste desde el momento en que te conocí, pero creo que me gustas todavía más cuando no intentas hacerte el duro —confesó Paula. Luego, le dio un beso en la mejilla.
Él se rió y sacudió la cabeza.
—Antes de conocerte, nunca tuve que trabajar tan duro. Con mi aspecto, mi encanto natural…, mi dinero. Siempre había sido suficiente. Sobre todo, con el dinero. No soy tan vanidoso, ya lo sabes.
—Te has olvidado de mencionar esos ojos tan sensuales y sonrientes, y que eres muy modesto en general —comentó ella sonriendo—. Invítame a cenar esta noche.
A él le gustó verla sonreír.
—Está bien. Señorita Chaves, ¿me concederá el placer de cenar conmigo esta noche?
—¿Habrá calamares en la carta, señor Alfonso?
—Seguro que no.
—Ya entiendo. ¿Formará usted parte de la carta, señor Alfonso?
—Supongo que eso puedo arreglarlo.
Paula se puso de pie antes de que a Pedro le diese tiempo a agarrarla para besarla, porque lo estaba volviendo loco, y los dos lo sabían.
—En ese caso, estaré encantada de cenar con usted. Ahora, si me perdona, tengo que volver al trabajo… A ver si se me ocurre cómo bajar el avión de papel de la lámpara.
Él se quedó sentado donde estaba, observando cómo salía de la habitación con aquellas piernas tan largas que ya le removían por dentro a esas horas de la mañana, algo que no podía ser bueno.
Luego, se pasó cinco minutos mirando el retrato de sus padres y subió al piso de arriba, a buscar la carpeta verde con el nombre de Paula escrito en la parte delantera…
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