martes, 1 de enero de 2019
CAPITULO 10
—La camioneta ya está cargada —comentó Susana asomándose al minúsculo despacho que Paula había creado en un rincón de su taller—. ¿Estás segura de que no quieres acompañarnos para volvernos locos con tu perfeccionismo?
—Estoy segura. Sólo hay que ponerlo todo según lo planeado. Confío en ti, Susana. Y, además, casi todo el diseño lo has hecho tú. ¿Te has acordado de los huevos? Hay que llevar seis, para las seis ocas poniendo huevos. Están en la caja que hay encima del escritorio.
—Los tengo —contestó su ayudante intentando ver la pantalla del ordenador—. ¿Qué estás haciendo?
—Nada —contestó Paula dándose la vuelta y tapando la pantalla con su cuerpo—. ¿Has puesto el anuncio? Quiero que salga este fin de semana.
—Sí, también está hecho. Todo irá bien. Además, siempre hay gente dispuesta a trabajar en Navidad —dijo Susana echándose hacia la izquierda para intentar ver lo que había en la pantalla del ordenador—. ¿Es ése? Iba a ir a tomarme un café para verlo, con mucha discreción, sin que se diese cuenta. Pero el maldito teléfono no ha dejado de sonar. Venga, déjame que lo vea.
Paula se apartó de la pantalla del ordenador y apareció la fotografía de Pedro Eduardo Alfonso V, vestido con un esmoquin y al lado de una impresionante rubia.
—Es él —admitió Paula—. La fotografía debe de tener un par de años, pero no ha cambiado demasiado. Los años le han sentado bien.
—¿Y dices que quiere llevársete a la cama? Es rico, guapo y está impaciente. ¿Cuánto tiempo crees que vas a aguantar, cielo? ¿Cinco minutos? ¿Diez? Voy a hablar con Paul y los otros, para hacer apuestas.
—Yo no he dicho que quiera acostarse conmigo, Susana. Es sólo una teoría. Creo que para Pedro Alfonso todas las mujeres somos conquistas en potencia —protestó Paula—. Y deja de mirarlo así, estás babeando.
—Está bien, está bien. No frunzas el ceño o te saldrán arrugas y tal vez tu nuevo admirador se lleve este trabajo a otra parte. Y sí que has dicho que quería llevársete a la cama. Tal vez no con esas palabras, pero era lo que querías decir.
—No sé lo que quería decir —admitió Paula—. Va tirando el dinero como si fuese agua. Sin darle ningún valor.
—Supongo que Paula. No parece ser de los hombres que pagan para conseguir a una mujer, ni siquiera de manera indirecta —comentó Susana mientras tomaba su abrigo, que estaba colgado detrás de la puerta.
—No, seguro que no. La verdad es que no sé qué es lo que está haciendo, Susana. Primero… bueno, eso da igual, eso va aparte o, al menos, eso espero. Tal vez quiera de verdad decorar su hogar, dulce hogar, y el resto, o sea, yo, no es más que un incentivo añadido. ¿Quién entiende a los ricos? Yo, no.
—¿Primero qué? ¿Tiene esto algo que ver con la camioneta que has donado al orfanato? Porque eso sigo sin entenderlo. Tenemos dos camionetas, las dos bastante viejas. Ya mí me gusta el orfanato, entiendo que te sientas unida a él, pero… no lo entiendo. ¿Por qué una camioneta? ¿Y por qué ahora? Además, la compra no aparece en los libros, lo he mirado.
—Como no te des prisa, vas a llegar tarde —le dijo Paula.
—O sea, que no me contestas.
Paula tuvo que ceder para no seguir prolongando aquella agonía, porque Susana no iba a parar hasta sacárselo todo.
—Está bien, la camioneta fue un regalo. Bueno, en realidad el regalo no fue esa camioneta en concreto, sino otra. Pero la cambié por una de pasajeros para el orfanato. Y no, no sé quién me hizo el regalo. Fue… anónimo. Para agradecerme mi trabajo en Lark Summit.
—Vaya, me has dejado igual.
Paula abrió el cajón central de su escritorio y sacó la carta, que seguía estando dentro del sobre.
—Pues ya sabes lo mismo que yo.
Susana la leyó.
—Ya lo entiendo. Y me parece que entiendo cuál es tu problema. Alguien te regaló la camioneta y tú pensaste que lo único bueno que podías hacer con ella era regalarla, ¿verdad?
—Supongo que sí. No lo sé. Alguien hace algo por ti y tú haces algo por otra persona. Cuando vi la camioneta, sólo pensé que ya tenía una. Dos.
—Aunque las dos están bastante viejas y se supone que íbamos a cambiar una de ellas el año que viene. Pero continúa. Te escucho. ¿Viste la camioneta y…?
—Y pensé en lo mal que estaba la del orfanato. Iban a cancelar una excursión porque no se fiaban de ella para hacer un viaje largo. Luego pensé en lo mucho que me gustaban a mí esos viajes cuando era niña. Las Navidades no son siempre la época más feliz para los niños huérfanos, ¿sabes? Quiero decir, que va gente a verlos, les hacen regalos, pero no es como tener una familia.
Paula levantó ambas manos en un gesto de impotencia y luego volvió a dejarlas caer en su regazo.
—No lo sé, Susana—añadió—. Creo que estaba tan sorprendida, que no me di cuenta ni de lo que hacía. Supongo que soy una idiota.
—No, a veces eres demasiado buena, pero en ningún caso una idiota. ¿Y qué tiene que ver con todo esto tu guapo multimillonario? ¿Te trajo el sobre? ¿Lo he entendido bien?
Paula asintió.
—Nos caímos bien. Supongo que hubo como una chispa, una especie de conexión entre ambos.
—Química. Pura atracción animal. Lo entiendo. Y me encanta. Continúa.
—Me dijo que volvería, o que tenía que volver a verme o algo así, pero no volvió. Hasta hoy. Si fuese una mujer calculadora, diría que ha esperado lo suficiente como para hacerme sentir insegura, para que me pusiese contenta al verlo.
—Eso sería muy frío y calculador por su parte —comentó Susana devolviéndole el sobre—. Tal vez debas plantearte si de verdad quieres trabajar para él. Sé que es un trabajo con el que has soñado muchas veces, y que te colocará entre los principales diseñadores de interiores de la ciudad, ¿pero merecerá la pena tanto lío?
—Me da igual que se pase el día detrás de mí. No va a conseguir lo que quiere. Sobre todo, porque ya sé lo que quiere.
—¿De verdad? ¿Pero no te va a costar mucho trabajo resistirte? Imagínate colgando adornos en el árbol de Navidad con él a tu lado. Te va a destrozar los nervios, y va a ser agotador. A no ser que sólo estés intentando convencerte de que todavía no has pensado en la posibilidad de acostarte con él.
—Claro que he pensado en ello, el viernes pasado. Ningún hombre me había afectado así antes. Fue algo salvaje —admitió Paula suspirando—. Pero quiero saber qué tiene que ver con la camioneta, no lo entiendo. Nadie da nada a cambio de nada.
—Por supuesto que sí, tú le has regalado una camioneta a Lark Summit.
—Sí, pero he conseguido algo a cambio. Satisfacción personal. Me he sentido bien.
—Tal vez tu Papá Noel anónimo también se haya sentido igual regalándote esa camioneta. ¿Cómo es posible que seas capaz de sentirte bien dando algo a los demás y no creas que otra persona pueda sentirse del mismo modo? No me parece justo.
Paula se encogió de hombros.
—Tienes razón, pero no creo que Pedro Alfonso sea precisamente Papá Noel. Cuando hace un regalo, espera algo a cambio.
—Como a ti, en bandeja de plata. Él pondrá la bandeja.
—Exacto. Salvo que no creo que yo merezca la pena tantos esfuerzos.
—No, no lo crees. Y ésa es una de las cosas que más me gusta de ti. No te das cuenta de que eres una persona única, increíble. Nos vemos mañana por la mañana, ¿de acuerdo? Y si crees que se te va a olvidar algo de lo que ocurra, apúntalo, por favor, porque espero que me hagas un informe completo.
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