martes, 1 de enero de 2019
CAPITULO 20
Una hora antes de que Paula debiese presentarse en Alfonso Hall, Pedro fue a buscar a su tío, que llevaba toda la tarde evitándolo.
Lo encontró en la biblioteca, con uno de los álbumes de fotografías abierto en el regazo.
—Hola, Pedro, he encontrado unas cuantas fotografías que deberían ser de utilidad para la señorita Chaves. Las he puesto en aquel escritorio.
—Me alegro por ti. Y por ella. ¿Por qué no me lo habías contado? —preguntó Pedro apoyándose en el escritorio.
Tío Eduardo se sentó en una de las mecedoras.
—No lo sé, Pedro. ¿Por qué no te había contado el qué? Hay tantas posibilidades que barajar.
Pedro se frotó la frente, le dolía la cabeza.
—He leído el informe.
—¿Ya lo has leído? —comentó el tío Eduardo cerrando el álbum—. Un poco tarde, pero mejor tarde que nunca, supongo. ¿Vamos a tener una discusión general, o va a tratar de algo en concreto acerca del informe de la señorita Chaves?
—Tal vez tengas el aspecto de un anciano alegre y proverbial, pero en realidad, eres de lo que no hay. La has elegido a propósito, ¿verdad?
—¿A propósito? ¿En qué aspecto, por qué motivo? Continúa. Estoy seguro de que has formulado una teoría muy interesante. ¿Por qué no la amplías para que pueda entenderla?
Pedro apretó la mandíbula un momento, y luego se rindió. No vencería a su tío. Nadie lo hacía ni lo había hecho nunca.
—Bruno es muy meticuloso, tío. A todo le pone fecha. Empezó a hacer ese informe hace dos años, y ha ido poniéndolo al día desde entonces.
—Yo también soy muy meticuloso —sugirió tío Eduardo sonriéndole.
—Yo diría más bien que eres un zorro. Luego he comprobado el resto de los archivos de los otros afortunados. Sus informes datan de un mes antes de que me pidieses que les enviase los regalos, el dinero, o lo que fuese.
—No creo que haya nada malo en ello. A veces, me cuesta más decidirme con algunas personas. Sírvete una copa, Pedro, y siéntate. Dime qué es lo que te preocupa.
Pedro decidió que tal vez no fuese tan mala idea.
Se sirvió dos dedos de whisky y volvió a apoyarse en el escritorio.
—La escogiste a ella.
—Te estás repitiendo.
—La escogiste… para mí.
La sonrisa del tío Eduardo fue creciendo poco a poco.
—Ah, muy bien, Pedro. Con toda sinceridad, estaba empezando a preocuparme por tus problemas de deducción.
Pedro señaló al otro hombre con su copa.
—Gracias, viejo maquinador, pero todavía no he terminado. Hay más. Es de aquí, así que podías hacer que Bruno la siguiese hasta estar seguro de la elección. Y, dado que vive aquí, hasta parecía lógico que fuese yo a entregarle la carta.
—Sí, quería que os conocieseis. Me preocupaba que fuese demasiado obvio, pero no te diste cuenta, ¿verdad? Creo que estabas demasiado enfadado conmigo por haberte cargado con mi proyecto, que detestas, y demasiado cautivado por mi señorita Chaves.
—Tu señorita Chaves. Así que lo admites —Pedro sacudió la cabeza—. Dios mío, ¿cómo he podido ser tan estúpido? Has estado manipulándonos a los dos desde el principio, ¿verdad?
—En realidad, no, Pedro. Sólo la encontré e ideé un modo de que os conocieseis. Lo que pasó después fue, y sigue siendo, fruto de azar. No sé si te das cuenta de que el problema era que, tomando en consideración el curso normal de tu vida social y la facilidad con la que cambias de mujer, vuestros caminos jamás se habrían cruzado.
—¿Y qué habrías hecho si después de conocerla, le hubiese dado la carta y me hubiese marchado sin más?
—Eso fue lo que hiciste, Pedro, durante unos días. Tengo que admitir que estuve a punto de pasar al plan B y contratarla para que decorase Alfonso Hall, pero al final cediste y volviste a por ella. Celebrar la cena anual aquí también fue idea tuya y ahora parece que es una pequeña venganza por mi intervención. Por favor, considérame castigado.
—No creo que estés castigado.
—Es cierto. La verdad es que estoy bastante contento, sobre todo, después de haber conocido y hablado con la señorita Chaves. Es encantadora.
—Y casi tan complicada como tú, aunque te resulte difícil creerlo —lo interrumpió Pedro, recordando la pequeña trifulca que había tenido con ella un rato antes—. Es posible que dentro de poco hasta sea más lista que yo.
—¿Eso crees? En ese caso, todavía es mejor partido de lo que yo pensaba. No quería mencionarlo, pero dado que he dicho que iba a ser sincero, te diré que mientras jugaba contigo, tú estabas tan contento pensando que eras tú quien jugaba conmigo. ¿Querías utilizar mi proyecto para acercarte a la señorita Chaves y, al mismo tiempo, sacarme de mi retiro? Supongo que pensaste que matarías dos pájaros de un tiro. Ninguno de los dos está libre de pecado en esto, Pedro. Sin duda, eres mi sobrino.
Pedro miró a su tío con el ceño fruncido.
—Se me acaba de ocurrir algo más. ¿Dónde está Bruno?
—¿Bruno? ¿Quieres decir que adónde ha ido después de traerme la fotografía en la que estás en el callejón, cubierto de nieve artificial? Está en Hawai. Digamos que… su vuelo se retrasó, de manera inesperada, varios días.
—Hasta que yo entré en razón y volví a por Paula, y terminé poniendo en práctica sin querer tu plan B. Pero si discutiste conmigo acerca de la idea de decorar la mansión y celebrar la cena aquí. Si hasta parecías asustado.
—Sí, soy muy bueno, ¿verdad? Y tú también lo eres, Pedro. Diriges muy bien todas nuestras empresas, pero todavía tengo algunos trucos que no has visto nunca antes.
Pedro terminó su copa.
—Como el de hacerme pensar que estabas enfermo.
—Eso fue un golpe bajo, tengo que disculparme. Pero te hizo despertar, ¿verdad? La vida sigue, lo quieras o no. Algún día ya no estaré aquí, Pedro. Te quiero, y quiero que me dé tiempo a disfrutar viéndote feliz.
—Y a disfrutar de Pedro Eduardo Alfonso VI —comentó Pedro—. Con eso sí que me diste un buen susto. Y es evidente que hablabas en serio, si no, no habrías decidido abrir Alfonso Hall después de tantos años.
—Yo también sé escuchar, Pedro, además de dar consejos. Sé que ya es hora. Maria estaría enfadada si supiese que he estado tan apartado de la vida que me da miedo volver a salir. Tal vez incluso me hubiese llamado cobarde. Ella era la mujer más valiente que he conocido. Paula Chaves es la mujer adecuada para los dos, Pedro, en muchos aspectos. Y además, te gusta, ¿verdad?
Pedro levantó la mirada hacia el retrato de sus padres.
—Le regaló la camioneta a un orfanato. Lark Summit.
—Sí, es cierto —asintió tío Eduardo en voz baja, como si supiese que se estaban adentrando en terreno pantanoso.
—He visto el recorte de periódico acerca de la niña del orfanato a la que le están dando quimioterapia. Paula lleva el pelo así de corto porque donó su pelo hace dos meses para que le hiciesen una peluca.
—Eso no deja muchas dudas acerca de su gran corazón, su dedicación y su carácter, lo sé. ¿Has leído todo el informe?
Pedro fijó la mirada en el fondo de la copa vacía, se sentía incómodo después de haber leído el informe hasta el final.
—Creció en Lark Summit. De padres desconocidos, no fue adoptada. Estuvo en dos familias de acogida, pero no funcionó. Hace muchas preguntas acerca de la familia. Me ha dicho que es algo muy importante. Y yo me he reído de ella, hasta he cometido la necedad de comentar que había tenido una niñez muy triste, al no haber aprendido a hacer aviones de papel. Ese comentario debió de dolerle, aunque no lo demostró. Y nunca me ha hablado de su regalo, ni de lo que ha hecho con él.
Levantó la cabeza y miró a su tío.
—Soy un verdadero idiota, tío Eduardo. Sé que no tengo perdón. He intentado tratarla como trato a otras mujeres.
—Intercambiables. Prescindibles. Prácticas.
Pedro levantó una mano y sonrió con ironía.
—Es suficiente. Gracias por hacerme una lista. Tienes razón. Mi pregunta es: si soy tan malo, ¿por qué has querido que conozca a Paula?
—Lo más importante, en la vida, en los negocios, es el momento en que se hacen las cosas. Cuando tuve noticias de la señorita Chaves y de su devoción por Lark Summit por primera vez, no estabas preparado para tener a alguien así en tu vida. Pero el año pasado me dio la sensación de que estabas inquieto, de que estabas empezando a darte cuenta de que tu vida no era tan perfecta como tú creías, como pensabas cuando tenías veinte años, o incluso cuando cumpliste los treinta. Si te soy sincero, mantuve a la joven en la reserva, hasta que pensé que estabas preparado.
—Es gracioso, no me di cuenta de que me habías puesto cuerdas —dijo Pedro—. Aunque eso no significa que no haya sido tu marioneta.
—Estás enfadado —afirmó el tío Eduardo poniéndose en pie—. Y tienes todo el derecho del mundo a estarlo, hijo. Lo sentiría si no pensase que he hecho lo adecuado. ¿Vas a volver a ver a la señorita Chaves esta noche? Y, según la señora Clarkson, ¿va a venir aquí?
Pedro asintió, todavía no se sentía capaz de hablar, todavía no. La ira podía hacerle decir algo de lo que luego podía arrepentirse.
—Bien. Tengo una noticia, no sé si oportuna o inoportuna para ti. Necesito que te vayas a Singapur mañana por la mañana. Volverás a tiempo para la fiesta, si trabajas mucho.
Pedro se bloqueó.
—¿A Singapur? No estamos haciendo nada en Singapur.
—No digas eso hasta que no hayas leído el informe que la señora Clarkson te ha dejado arriba. Va a salir a subasta Industrias Chang y quiero estar ahí antes de que se haga público. O, todavía mejor, hacerles una oferta antes de que se sepa que la empresa está en venta. Hace mucho tiempo que andamos detrás de Chang, Pedro, y ésta es nuestra oportunidad. Podría buscar a otra persona para que fuese en tu lugar, pero creo que, en estos momentos, puede ser buena idea poner algo de distancia entre la señorita Chaves y tú. Al fin y al cabo, ella también va a estar muy ocupada durante las dos próximas semanas. Y yo estaré aquí para cuidarla.
—Ya. Tengo que contarte otra cosa. Piensa que eres uno de los jardineros.
De repente, fue como si su tío hubiese rejuvenecido diez años, sonrió de oreja a oreja, le brillaban los ojos.
—La señorita Chaves va a llevarse más de una sorpresa el día de Nochebuena, ¿verdad, Pedro? Estoy deseando que llegue esa noche —luego, se puso serio—. Intenta no estropearlo, Pedro. Tienes esta noche y luego dos semanas para preguntarte qué ha estado postergando tu felicidad de verdad. Confío en que, después de unos días solo, reflexionando, sabrás lo que tienes que hacer para conseguir esa felicidad.
—La ausencia es al amor lo que al fuego el aire, ¿verdad?
Tío Eduardo se encogió de hombros.
—También hay otro refrán que dice: ojos que no ven, corazón que no siente. Da igual lo que pase o deje de pasar entre la señorita Chaves y tú, lo importante es que creo que vas a empezar a entender por qué es como es Pedro Alfonso.
—Con las mujeres… digamos que sé cómo son, lo que son. Cuando las tengo delante, sé lo que quieren, lo que buscan. Y también con los hombres, ya se trate de negocios o en mi vida social. Pero no me gusta, no, no quería decir eso… No me siento cómodo rodeado de personas buenas. No me fío de ellas.
—Sí, hijo, ya lo sé. ¿Te has preguntado alguna vez por qué?
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EPILOGO
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