martes, 1 de enero de 2019
CAPITULO 23
—Todavía no entiendo por qué Pedro no ha querido poner tarjetas con los nombres de los invitados en la mesa —comentó Paula, uniendo las manos y estudiando la decoración de la mesa por última vez.
Susana desplazó una de las copas de vino medio centímetro a la derecha.
—Relájate —la tranquilizó, aunque en su voz también había un poco de tensión—. Te ha pedido que vengas como anfitriona. Eso quiere decir que él estará en un extremo de la mesa y tú, en el otro. A no ser que quiera que te sientes a su derecha, por supuesto, porque he leído que es algo que también se hace. Además, se va a quedar de piedra cuando te vea con ese vestido y lo más probable es que quiera que te sientes en su regazo.
Paula sonrió y notó que se ruborizaba.
—Sigo pensando que es demasiado escotado —dijo poniéndose una mano en el escote—. Quiero decir, que una puede elegir entre ser sutil y decir a gritos «ven aquí, machote». Y me parece que con este vestido me he pasado.
—Está bien, llevo intentando convencerte desde que te lo probaste en la tienda, mientras te lo envolvía la dependienta y esta noche otra vez. Puedes ser una mojigata si quieres, porque, para mí, eso es lo que estás siendo. Ya está. Si sigues así, me marcho. Mi hijo me está esperando, le gustaría pasar la Nochebuena con su madre, pero me voy a quedar un poco más porque sé que estás muy nerviosa. Aunque la verdad es que estás increíble, Paula, como una mujer enamorada que espera a su hombre. Y el salón también está increíble. Anoche salió increíble en la televisión, estaba increíble en la revista y en el periódico. Y también va a ser increíble el año que viene, cuando Holidays by Chaves aparezca en la portada en todos los quioscos de Estados Unidos.
—Sí —admitió ella recorriendo el salón de banquetes con la mirada, incapaz de contener un escalofrío que le recorrió toda la espalda—. Increíble. Gracias, Susana. Y tienes razón, deberías irte a casa. Pedro no tardará. Su avión debería de haber aterrizado hace ya unas dos horas.
—Habrá llegado con retraso a causa de la nieve. Las típicas Navidades nevadas en Pennsylvania, que sólo dan problemas —comentó Susana mientras recogía su bolso y la mochila en la que había llevado tijeras, cinta, pegamento y todo lo que hubiesen podido necesitar para retocar alguna decoración en el último momento—. Con un poco de suerte, el resto de los invitados también se retrasará.
Paula le dio un abrazo y un beso en la mejilla.
—Gracias, Susana, por todo. Y Feliz Navidad. Espera, te acompañaré hasta la puerta.
Pasaron por las mesas con los doseles de alegres rayas de colores, adornadas con centros de plantas y velas blancas en recipientes de cristal. Para la fiesta de Año Nuevo el bufé se colocaría en esas mesas, en las bandejas de plata que la señora Clarkson le había enseñado unos días antes. Había una habitación con vitrinas, todas llenas de preciosas antigüedades de plata. Tal vez aquel trabajo fuese el más importante que había aceptado nunca Paula, pero había tenido la suerte de poder contar con unos materiales que sólo podían hacer que el resultado fuese todavía más fantástico.
—Es otro mundo, esta casa, ¿verdad? —comentó Paula cuando llegaron al vestíbulo.
Se detuvo, había dejado de respirar ante el esplendor de aquel amplio espacio. Tío Eduardo se había superado con un centro de flores muy alto y las plantas exóticas que adornaban las escaleras llenaban la habitación con los olores de la Navidad.
—Qué… vaya.
Paula apartó la mirada de la enorme lámpara de araña que tenían casi sobre sus cabezas.
Estaba adornada con una guirnalda de cristales austríacos que brillaba con todos los colores del arco iris. Además, había cambiado las cincuenta y dos pequeñas pantallas color marfil de la misma por unas rojas que había encontrado en una de las cajas. Y el efecto era perfecto.
Perfecto. Pero Susana estaba mirando hacia el pasillo.
—¿Qué? —preguntó. Giró la cabeza y se quedó helada—. Pedro.
—Feliz Navidad, Paula —susurró Susana poniéndose el abrigo a toda velocidad—. Y buena suerte con tu regalo.
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