martes, 1 de enero de 2019
CAPITULO 8
A las diez de la mañana del miércoles, Paula Chaves estaba en el callejón que había en la parte de atrás de Holidays by Chaves, con una enorme lona azul extendida sobre el suelo, con una mascarilla cubriéndole la nariz y la boca, rociando de nieve artificial un pequeño árbol que era demasiado rosa para parecer un árbol de Navidad.
La idea era mitigar un poco el rosa, y estaba funcionando. O debería estar funcionando si el viento hubiese dejado de soplar durante unos minutos. En realidad, la que se estaba poniendo perdida de nieve era ella. Menos mal que se había puesto el mono blanco que le había regalado su amigo Bennie el año anterior cuando le había ayudado a pintar su despacho, que estaba al otro lado de la calle.
Se agachó para observar las ramas más bajas. Sí, necesitaban otro repaso… Un poco más aquí, otro poco más allí. Perfecto. Desde luego, lo que era tener vista de artista. Estaba quedando precioso.
—¿Todavía sigue en pie la invitación a tomar un café?
Paula se incorporó y se dio la vuelta, lo único que se le olvidó fue dejar de apretar el bote de nieve artificial.
—Oh, Dios mío. ¡Dios mío! —gritó al ver lo que había hecho y a quién.
Tiró el bote y la mascarilla que llevaba puesta al suelo e intentó evitar que Pedro se sacudiese la nieve de su traje de un millón de dólares.
—No, ¡no hagas eso! Hay que dejarla secar. Luego la cepillaré, cuando se haya secado. Te lo prometo. Bueno, supongo que saldrá. Eso pone en las instrucciones. Si no, te pagaré la tintorería. Lo siento mucho, pero no deberías haberme asustado así.
Pedro se quedó con las manos levantadas, como si lo estuviese apuntando con una pistola o algo así.
—Tiene razón. Ha sido culpa mía. No sé en qué estaba pensando.
Ella lo miró fijamente, intentando descifrar su sonrisa y su tono de voz.
—¿Estás siendo sarcástico? Claro que sí. Y tienes razón. Supongo que no esperabas que te atacase con un bote de nieve artificial.
—No, evidentemente, no me lo esperaba. Al principio, no sabía si era usted o no. ¿Quién es Bennie?
Paula se fijó en que la nieve había dibujado en la chaqueta de Pedro una Z, como la marca del Zorro, pero pensó que no le haría gracia la broma.
—¿Perdona? ¿Bennie?
—Sí, Bennie. Detrás de… eso que lleva puesto pone Bennie 's Bug Bombs.
—Ah, Bennie, sí. Fue él quien me regaló el mono. Se dedica a exterminar insectos —ladeó la cabeza—. ¿Qué haces aquí?
—Me dijo que si quería un café, ¿recuerda?
—Sí, me acuerdo —contestó ella evitando mirarlo a los ojos, aquellos ojos tan sonrientes, tan sensuales—, pero eso fue el viernes. Hoy es miércoles. Quédate quieto, esta cosa se seca enseguida. Estoy casi segura de poder limpiártela ya.
—Gracias, yo lo haré. Y aunque ya no va armada, quiero decirle que tiene a alguien detrás.
Paula frunció el seño y se dio la vuelta, tenía detrás a uno de sus ayudantes.
—Oh, Paul, bien. ¿Puedes meter este árbol en el garaje? No saldrá hasta mañana. Ten cuidado, las ramas más bajas siguen estando un poco húmedas.
—Tendré cuidado —dijo el chico, que ya había recogido el bote de nieve y la mascarilla—. Tienes nieve en la cabeza.
—Ya lo sé. ¿Para qué tener una vida fácil? —murmuró entre dientes mientras se pasaba la mano por el pelo corto—. Gracias, Paul.
—¿Nos vemos en la cafetería?
«Vaya, sigue aquí. Cualquier otro ya habría salido corriendo. Al menos, cualquier otro en sus cabales», pensó Paula.
—¡Claro! —contestó con alegría mientras se volvía de nuevo hacia él. Con demasiada alegría—. Buena idea, Pedro. Dame sólo cinco minutos para que me quite este mono y estaré allí. Ve pidiendo, yo tomaré un café solo. Y me encantan los donuts blancos, si le quedan a Joana. Aunque lo más probable es que no. Esta mañana ya le he comprado media docena para mi equipo.
Sin esperar la respuesta de Pedro, entró en el edificio y empezó a quitarse el mono.
—¿Susana? —llamó a su ayudante, una pelirroja regordeta—. ¿Dónde estás? Susana… ayúdame. Tengo que ponerme guapa, parecer profesional, pero accesible, y también monísima. Y sólo tengo cinco minutos.
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