martes, 1 de enero de 2019

CAPITULO 9



Pedro se instaló en una mesa desde la que veía la puerta y que estaba entre dos ventanales.


Vio a Paula Chaves acercarse corriendo, luego detenerse, respirar profundamente varias veces y volver a echar a andar más despacio. Su aspecto era elegante, era alta y delgada y llevaba un corte de pelo muy sexy, tenía los ojos de un verde muy profundo, el cuello largo como el de un cisne y la línea de la mandíbula bien esculpida.


Podría haber sido modelo. Parecía increíble que fuese tan torpe. Estaba deseando conocerla mejor. Mucho mejor.


La vio abrir la puerta, pararse en la entrada y recorrer la cafetería con la mirada hasta encontrarlo.


Él levantó una mano y la saludó.


Paula sonrió y él se puso en pie y esperó a que ella estuviese sentada para volver a ocupar su asiento.


—Café solo, como me había pedido —le comentó—, pero no les quedan donuts, así que he pedido tarta de manzana. Me han dicho que es la mejor a este lado del Delaware. No tengo ni idea de qué hay al otro lado, ¿y usted?


—La última vez que miré, Nueva Jersey —le dio un trago al café antes de sonreír—. Pero Joana no se refería al río Delaware, sino a la avenida Delaware. Su hermano tiene una cafetería al otro lado, y la receta de la tarta de manzana es suya, así que se supone…


—Ya lo entiendo —la interrumpió Pedro, sonriendo—. He visto que ha resuelto el problema del árbol de Navidad rosa.


—Mira, con respecto a eso, de verdad que te pagaré la tintorería. ¿Cómo está el traje? ¿Has podido quitar toda la nieve?


—El traje está bien —había dejado la chaqueta en el coche para encargarse de ella más tarde—. No se preocupe. Ha sido culpa mía, por llegar sin avisar. Mire, señorita Chaves, me gustaría hablar con usted de…


—Paula, por favor. Llámame Paula. Yo te llamo Pedro. Aunque supongo que lo hago porque no sé cómo te apellidas.


—Alfonso. Me llamo Pedro Alfonso. ¿Por qué me estás mirando así de repente?


—Porque me suena ese nombre —lo miró fijamente—. Espera un momento. Ya me acuerdo. Laurie. Laura Reed. ¿Te dice algo ese nombre, Pedro?


Pedro repasó su archivo mental y encontró una carpeta llamada «Errores». Y allí estaba el nombre de Laura Reed, muy cerca de la primera posición de la lista.


—Tal vez.


—¿Tal vez? ¿Eso es todo? ¿Tal vez? Ella pensaba que ibais en serio —dijo Paula echándose hacia delante y agarrando su tenedor, aunque en vez de utilizarlo para pinchar la tarta lo usó para señalarlo de manera acusatoria—. Era mi compañera de habitación el último año de universidad, y seguimos hablando de vez en cuando. Ahora está casada y embarazada de su segundo hijo.


Pedro se llevó el puño a la boca para toser. Al menos, Paula y Laura no eran familia. Eso habría sido todavía peor.


—Me alegro. De que esté casada, quiero decir. De eso hace muchos años, Paula, pero no recuerdo haber hecho nada para que Laura pensase que lo nuestro iba en serio.


—Te la llevaste tres días a Londres y la agasajaste en aquel castillo que habías alquilado para la ocasión. Supongo que es normal que se hiciese falsas esperanzas, entre el jet privado, las cenas íntimas, los pendientes de diamantes. Debería haberle dado vergüenza pensar que no era más que una aventura para ti.


Pedro intentó decir algo apropiado, pero no fue capaz. En cualquier caso, dio igual, porque Paula no había terminado de hablar.


—Y luego, cuando sólo volviste a verla una vez después de que volvieseis a Filadelfia, cuando estuviste dos semanas sin aparecer y ella te vio saliendo de un restaurante con una estupenda rubia del brazo, supongo que volvió a exagerar.


Pedro cerró los ojos, de pronto, recordó aquella escena, que había tenido lugar hacía más de cinco años.


—No presenté cargos contra ella —comentó sonriendo—. Y eso que me puso el ojo morado. Tu amiga tiene un buen gancho.


—¿Te parece gracioso? Le rompiste el corazón.


—¿De verdad?


Pedro empezó a relajarse, lo que era probablemente más inteligente que enfadarse. 


Se acordaba muy bien de la guapa y ambiciosa Laura Reed. Había intentado cazarlo, había codiciado su apellido, su dinero. Había apostado y había perdido. Pero lo había hecho sabiendo cuáles eran las reglas del juego. Esa era la política de Pedro, sólo jugaba con mujeres que conociesen las reglas.


El problema era que de vez en cuando daba con alguna mala perdedora.


—¿Y durante cuánto tiempo tuvo el corazón roto la pobre Laura? —preguntó.


—Se casó seis meses después. El padre de Chad tiene un banco de inversión, en Dallas, algo relacionado con el petróleo y el gas —comentó Paula, luego, le lanzó una mirada acusadora—. Pero no se trata de eso. Tú sabes de qué te hablo. Sé quién y cómo eres, y no eres el chico de los recados de nadie, así que será mejor que me digas quién te ha enviado y por qué razón has vuelto.


Pedro se dio cuenta de que se le habían oscurecido los ojos. Su mirada era bonita, interesante, aunque lo más probable era que no le fuese a beneficiar.


—Todo el mundo sirve a alguien, Paula.


—Supongo que en eso tienes razón —admitió ella empezando a comerse la tarta con apetito—. ¿A quién sirves tú, Pedro?


—Lo siento, pero no puedo decírtelo. ¿Por qué no me cuentas tú lo que había en el sobre?


Ella sonrió con tanto placer, con tanta malicia, que Pedro tuvo que contenerse para no dejar escapar una carcajada.


—Lo siento, pero no puedo decírtelo —contestó ella, imitándolo. Luego dejó de sonreír y lo miró con recelo—. ¿De verdad no sabes lo que había en el sobre?


—No, si tú no me lo dices, no —si no mentía, tendría que implicar a su tío, y no podía hacerlo. 


Quería que su tío volviese a vivir. Y, en esos momentos, llevarse a Paula Chaves a la cama era un plus.


—Pues no voy a decírtelo —replicó Paula metiéndose un bocado de tarta en la boca—. Umm, todavía está un poco caliente. Se me había olvidado que Joana iba a cocinar esta mañana. Date prisa en probar tu tarta.


Él obedeció.


—Tienen razón —dijo después de haberse tragado un bocado—. Es la mejor tarta de manzana de este lado de Delaware. ¿Por qué no me lo cuentas? ¿No me digas que mi cliente está metido en algo ilegal?


—¿Por qué dices eso? —preguntó Paula, atragantándose.


—Por nada —contestó Pedro concentrándose en la tarta—. Pero, a decir verdad, lo mínimo que puedo hacer es decirte que es un cliente muy íntegro. A su manera.


Esperó su reacción.


—¿Y cuál es su manera? No, no me lo digas. Da igual. Ya sé quién eres, y dudo que ningún cliente tuyo pueda estar blanqueando dinero a través de mí o algo así.


—¿Cómo iba a blanquear dinero?


—Pues no tengo ni idea. Ni siquiera sé lo que significa blanquear dinero. Mira, Pedro, gracias por la tarta, de verdad, pero tú no me estás contando nada, y yo tampoco te estoy contando nada a ti y todavía tengo que pintar cinco hula-hops de dorado antes de las cinco, así que tengo que marcharme.


Pedro le agarró la mano por encima de la mesa.


—No te marches. Todavía no. Y no te preocupes, por favor. Mi cliente es el hombre más honrado que conozco. Sea cual sea el negocio que se trae contigo, es legal. No es por eso por lo que estoy aquí.


Paula se quedó sentada, pero preparada para marcharse en cualquier momento.


—¿No?


—No —contestó él, mirándola fijamente a los ojos y sin soltarle la mano—. Voy a serte sincero, porque creo que es lo que quieres, he vuelto por ti.


Paula quitó la mano de debajo de la de él.


—Yo no soy Laura.


—Bien. Sé dónde encontrar a mujeres como ella cuando quiera.


—Ese comentario me parece de muy mal gusto —comentó Paula sacudiendo la cabeza—. Por no mencionar que es insufriblemente arrogante, aunque sea cierto.


—Lo sé. Y lo siento, Paula. Digamos que no necesito que me pasen los errores que cometí en el pasado por las narices, ¿de acuerdo? Sobre todo, teniendo en cuenta que sólo conoces una parte de la historia.


—En eso te equivocas, Pedro, conozco las dos partes. Sé lo que quería Laura, y que tú te aprovechaste. Ninguno de los dos os comportasteis bien, pero eso no es asunto mío. Es un tipo de vida que no va conmigo. Así que, gracias. Me alegro de haberme quitado la nieve artificial del pelo, me siento casi halagada. Me alegra saber que a pesar de tener treinta años sigo teniendo éxito con hombres guapos, pero no, gracias. Ahora, si me perdonas…


—Quiero contratarte para decorar mi casa para una pequeña, pero elegante cena de Nochebuena —le explicó Pedro con rapidez—. También estoy considerando una fiesta más grande para el día de Año Nuevo, para amigos y colegas de trabajo, aunque todavía no estoy seguro.


—¿De verdad?


—Sí, Paula, de verdad. Hace mucho tiempo que no adornamos Alfonso Hall en Navidad. Como yo estoy soltero, no se me había ocurrido decorar la mansión, suelo pasar las vacaciones en lugares más cálidos.


—¿Pero este año, no?


—No, este año, no. Me necesitan aquí. La mayor parte de la decoración lleva generaciones en la familia, pero necesitaría a alguien con talento para colocarlo todo bien. Y luego quiero árboles, naturales, por favor, por lo menos cinco. Y plantas para decorar las escaleras y las chimeneas. Hay ocho chimeneas en la planta baja, en las zonas públicas de la casa. Tengo algunas fotografías de las Navidades de hace años, y espero que seas capaz de recrear mis recuerdos de la niñez.


—Estoy casi segura de haber visto fotografías de Alfonso Hall en alguna parte. Es enorme. Las fotografías serían de ayuda…


Estaba empezando a flaquear, y Pedro tenía que aprovechar el momento para conseguir lo que quería, como siempre. Sabía que a unas les tentaban los diamantes, a otras, los lugares exóticos, y el punto débil de la señorita Paula Chaves parecía ser las decoraciones navideñas. Le gustaba su vida… siempre y cuando su tío Eduardo no le hiciese sentir que había algo equivocado en esa vida.


—Tengo muchas fotografías. Luego, está el exterior, por supuesto. No quiero Papas Noeles inflables en el jardín, por favor. Sino más bien plantas y algo de iluminación. Sé que estás muy ocupada con los árboles rosas, pero te aseguro que te alegrarás de aceptar el trabajo. ¿Qué te parecen cincuenta mil dólares, además de los gastos?


—Diría que estás loco —contestó Paula—. Tendría que contratar a un equipo completo para que se ocupasen de mis clientes habituales, y a más personas para tu casa si quieres que la decoración esté lista para mediados de diciembre. Tenías que haber contratado a un diseñador hace meses, Pedro. ¡Hace un año!


—Mis más sinceras disculpas. Yo me haré cargo de todos los gastos. ¿Será suficiente con otros diez mil dólares?


—Tal vez sean quince mil más, me gusta pagar bien a la gente aunque los contrate sólo para que me ayuden en Navidad —levantó las manos—. No. Espera. Deja de lanzar cifras con tantos ceros. No vas a impresionarme.


—Por supuesto que sí —dijo él sonriendo—. Vamos a dejar de jugar, Paula. Eres una mujer de negocios. Supongo que ya has calculado cuáles serían tus beneficios y la publicidad que conseguirás.


—Señor Alfonso, se le ha olvidado que llamaría a todas las revistas locales y a los periódicos. Ya me estoy imaginando un fotomontaje de cuatro páginas en una revista nacional. Mi negocio se doblaría.


—Yo podría hacer un par de llamadas, arreglarlo todo.


—¿Cómo puedes ser tan petulante? Todo se debe al dinero, ¿verdad? Estás acostumbrado a salirte siempre con la tuya.


—El dinero tiene sus ventajas, no puedo negarlo. Entonces, ¿qué tal lo estoy haciendo? ¿Ya te he convencido?


Ella guardó silencio durante unos tensos segundos. Segundos durante los cuales ambos pensaron hacia dónde les estaba llevando aquella conversación en realidad.


Cuando Paula abrió la boca para volver a hablar, Pedro supo que los dos estaban pensando lo mismo.


—No tengo un precio, Pedro —le advirtió Paula.


—Todos tenemos un precio, señorita Chaves, pero no siempre es dinero.


Y se lanzó a la yugular. Tenía la sensación de que su señorita Chaves, en la que ya pensaba como suya, deseaba ser más creativa de lo que le permitían sus clientes. Un espacio como Alfonso Hall le permitiría desarrollar dicha creatividad. Nadie se pasaba años y años estudiando en una escuela de diseño para dedicarse después a cubrir árboles de Navidad rosas con nieve artificial.


—¿Te he dicho que uno de los árboles que más recuerdo de mi niñez en realidad no era un árbol? Intentaré describírtelo. Tenía forma de árbol, sí, pero estaba hecho de flores de Pascua rojas, colocadas en círculos decrecientes, para formar un árbol. Hay un ventanal enorme en la biblioteca, y el árbol siempre estaba delante de él. Era increíble, en especial si el exterior estaba nevado. ¿Serías capaz de recrear algo parecido?


Paula asintió, sin decir nada. Pedro estaba seguro de que estaba pensando en cómo hacerlo. Casi podía oír los mecanismos de su cabeza funcionando.


—El salón de banquetes, lo siento, pero es así como lo llamamos, será todo un reto. En el centro de la casa hay tres pisos, detrás del enorme vestíbulo. Las vigas están al aire, supongo que es lo que llamáis arquitectura gótica inglesa. Mi padre solía decir en broma que las chimeneas eran tan grandes que se podría quemar a los pecadores en ellas. Me gustaría celebrar la cena allí, en el salón de banquetes, no en la chimenea. Sería todo un reto hacer que un lugar tan amplio resultase acogedor. Tal vez sea demasiado complicado para ti.


Ella reaccionó a aquel último comentario como si le acabasen de dar una bofetada. Echó la cabeza hacia atrás, levantó la barbilla y entrecerró una vez más aquellos fascinantes ojos verdes.


—Por favor, no me ofrezcas una chuchería y luego utilices conmigo la psicología inversa, Pedro. Señor Alfonso. Sabes que nadie rechazaría un trabajo como el que me estás ofreciendo. Si me dejas invitar a algunos fotógrafos, mi empresa viviría sólo de la publicidad, y eso también lo sabes. Lo que no entiendo es por qué me estás tentando así.


¿De verdad quería que se lo dijese?


«Porque quiero acostarme contigo, quiero que disfrutemos el uno del otro», pensó. Aunque sería mejor no decirlo. Todavía no estaba preparada.


—¿De verdad tienes que saberlo? ¿Interrogas a todos los clientes potenciales acerca de sus motivos para contratarte?


Aquello pareció hacerla entrar en razón.


—No, supongo que no. Tal vez esté exagerando. En realidad, me diste una impresión mucho mejor cuando no sabía quién eras.


—Lo entiendo. Dame la dirección de Laura en Dallas, le enviaré flores.


—Claro, a Chad le encantarían. Mira, será mejor que empecemos de cero, ¿de acuerdo? —levantó la mano derecha—. Hola, soy Paula Chaves. Tengo entendido que quiere contratar mis servicios. ¿Cómo puedo ayudarle?


Pedro le tomó la mano y se la llevó a los labios sin dejar de mirarla a los ojos, luego le acarició levemente los nudillos con el pulgar.


—Creo que lo mejor sería que vinieses a ver mi casa esta noche. Podría llevarte después de que cenásemos juntos.


Ella retiró la mano una vez más.


—Menudo pico de oro —dijo en tono sarcástico—. Pero quiero el trabajo, Pedro. Sólo un idiota lo rechazaría. Aunque el precio acaba de subir. Cincuenta y cinco mil, más los materiales y el personal. Tengo la sensación de que me lo voy a ganar. Puedes pasar a recogerme a las seis. Así tendré tiempo de pintar los hula-hops y de buscar un cinturón de castidad.


A Pedro casi no le dio tiempo ni a ponerse en pie y Paula ya estaba despidiéndose de la rubia que había detrás del mostrador y saliendo de la cafetería.


Pedro le hizo un gesto a la misma rubia para que le llevase la cuenta y le pusiese otro café.


Luego, se terminó la tarta de manzana. Era verdad que estaba muy buena.


La caza de Paula Chaves se estaba convirtiendo en un proyecto muy caro, pero él también tenía la sensación de que iba a merecer la pena.


Por el momento, se conformaría con que decorase Alfonso Hall. Después, ya se le ocurriría cómo convencerla de que se metiese en su cama como regalo de Navidad…




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EPILOGO

Pedro  y Paula entraron en el estudio privado de tío Eduardo. Los dos estaban sonriendo todavía por la manera en que  Pedro  había atrave...